Las vacaciones y el verano despiertan el deseo de los jóvenes de experimentar emociones intensas; desde un bello amor, salidas con amigos, fiestas, relajo y disfrutar la vida en el aquí y el ahora.
La adolescencia es un momento de transformaciones biológicas, comportamentales y sociales, donde se forman y consolidan la personalidad, la autoestima y la autoconciencia de identidad. Estos cambios incluyen un desarrollo cerebral que puede predisponer a la adopción de conductas de riesgo donde quieren medir su cuantía y valía frente a los pares y desafiar muchas veces a la autoridad.
Las conductas de riesgo adoptadas por adolescentes aumentan la probabilidad de consecuencias. El consumo de sustancias, comportamientos sexuales arriesgados y conducción temeraria, entre otras, son destellos de placer inmediato, chorros de dopamina, éxtasis corto pero intenso como la euforia del gol en el último minuto, pero en contraste hay un oscuro telón de fondo con altas posibilidades de consecuencias negativas para su salud física, mental y social.
Frases como “yo sé lo que hago”, “ya lo sé”, “no me repitas lo mismo”, “si escuché” reflejan la resistencia de los adolescentes a consejos y, lamentablemente, solo hasta que viven experiencias fuertes y graves es cuando aprenden.
La clave reside en padres que estén atentos para poder reconocer conductas de riesgo y enseñar a los hijos a diferenciar temeridad de valentía. Muchas veces en mis charlas a jóvenes, les hago ver estas diferencias. La valentía conlleva en ocasiones poner en riesgo nuestra integridad o vida para ayudar a otros, pero la temeridad es ponernos en riesgo sin tener la necesidad de hacerlo, solo por demostrar la capacidad de hacer algo y sentirse único y valorado por sus pares. Es así como una sana autoestima, una genuina claridad de lo que soy y no soy, vinculado a mis competencias emocionales como auto confianza y autoestima son pilares fundamentales para que un joven no se arriesgue innecesariamente.
Para abordar este problema como padres es necesaria una comunicación abierta y empática para que los jóvenes se sientan en confianza compartiendo sus pensamientos y sentimientos, sin ser enjuiciados. Sumado a esto cabe establecer límites claros, reglas y expectativas sobre los comportamientos aceptables e inaceptables y explicar las razones detrás de las normas, esto incluye abordar de manera abierta y honesta los peligros potenciales y las consecuencias del consumo de sustancias, comportamientos sexuales de riesgo, etc. Es fundamental involucrarse en la vida de los jóvenes participando en actividades juntos, conocer sus hábitos y amistades, y estar al tanto de las condiciones en las que regresan a casa. Adicionalmente, debemos promover el desarrollo de habilidades para afrontar y resolver problemas, fomentar la construcción de relaciones sanas y ser un ejemplo al demostrar comportamientos saludables y decisiones informadas, sumado a cómo lidiar con el estrés y las dificultades de manera constructiva. Por último, es de alto valor apoyar los intereses individuales de los jóvenes, ayudarles a establecer metas realistas y brindar apoyo para alcanzarlas, sin nunca olvidar de reconocer logros grandes o pequeños en miras de reforzar su autoestima en un ambiente donde se valoren los esfuerzos y no solo los resultados.
Cerrando las ideas podría decir finalmente que, para mitigar conductas de riesgo en jóvenes, es esencial establecer una comunicación abierta y empática, fomentar la participación activa de la familia, educar sobre los riesgos, promover el desarrollo de habilidades, modelar comportamientos positivos y la celebración de éxitos contribuyen a crear un entorno de apoyo que fortalece la salud mental y emocional de nuestros hijos, guiándolos hacia decisiones más informadas y saludables en su camino hacia la adultez.
Por Arnaldo Canales / Director Ejecutivo ONG Liderazgo Chile
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